Dicen que se nota a la legua los que viajan y los que leen. A simple vista o con una pequeña conversación. Suelen (digo suelen porque otra de las cosas que se aprende leyendo es a no generalizar) suelen no adoctrinar, no vociferar, no escupir tuits llenos de bilis, no comerse con patatas lo que les dicen las fake news y las medio fake news y no vestirse fácilmente con eslogans.

No hablo de leer la prensa escrita, al menos únicamente, hablo de leer a pensadores, humoristas, filósofas, románticos, nihilistas, cínicos y punkis feministas. Hablo de leer y devorar páginas llenas de palabras y pensamientos que chocarán con los tuyos como un espejo que devuelve tu idéntica imagen o una totalmente deformada que anidaba en silencio. Hablo de esos libros con los que te enfadarás, que te engancharán más que Instagram o esa serie de Netflix o que decepcionarán tus increíbles expectativas. Hablo de clásicos y de recién salidos del horno, de libros recomendados y de libros que siguen la cadena de los libros prestados.

Hoy y siempre, o lees o tragas todo lo que te echen desde cualquier medio, sobre todo con el polvorín de las redes sociales. Y no solo eso, sin darte cuenta te puedes encontrar repitiendo como una cotorrita y difundiendo a la velocidad de la luz sin plantearte si aquello es lo que realmente piensas, o lo que es peor, si es cierto o tiene sentido.

Como decía el escritor y dramatrugo francés Jules Renard:

«Cuanto más se lee, menos se imita.»

Opino que leer ya no es solo un placer, es un deber. Además si tú lees, tus hijos leen.

P.D. Dos lectoras felicianas hemos creado The Parlament Club, un club de lectura para compartir, opinar, debatir y dar alas a las ideas que surgen a través de los libros y tocan nuestras realidades.